Se habla del primer mundo como un lugar próspero, lleno de oportunidades laborales, riqueza y abundancia de recursos. Tal vez sea cierto. Pero no es menos cierto que las tasas más altas de depresión y suicidio se encuentran precisamente ahí, en ese exitoso primer mundo. Entonces, ¿qué está ocurriendo?
En algunas partes del planeta, existen recursos suficientes para alimentar a la población y hacer que conseguir un techo sea, (más o menos) asequible. Sin embargo, en otras muchas regiones, marcadas por la desigualdad y la injusticia, la gente carece de alimentos y agua potable, por no hablar de una vivienda digna. Son necesidades básicas que, demasiadas veces, no pueden ser cubiertas.
Los que habitamos—por decirlo de algún modo—la parte privilegiada del mundo, nos acostumbramos a ello. Nos acomodamos a lo que ya tenemos e, incluso, llegamos a sentir una fugaz culpa cuando pensamos en aquellos que carecen de casi todo. Pero esa culpa no tiene sentido: hemos nacido aquí del mismo modo que podríamos haber visto la primera luz en cualquier otro rincón del planeta.
Más allá de cubrir sus necesidades básicas, hay personas que persiguen una avaricia descomunal, alimentando un consumismo desenfrenado que, a menudo, es el pilar de la economía del primer mundo. Comprar compulsivamente cosas que no necesitamos se nos da bien, incluso adquirir alimentos que, días después, acaban en la basura, ya sea por caducidad o por simple sobreabundancia.
La mesura podría ser un buen camino, pero las economías occidentales no tienen el menor interés en fomentarla. Por eso, no es difícil encontrar en el primer mundo a personas que lo
tienen todo, que no carecen de absolutamente nada y, aun así, viven sumidas en un vacío existencial inmenso.
Curiosamente, las sonrisas más auténticas y las expresiones más felices que he visto han sido en los países más pobres y con menos recursos. Y las peores personas que he conocido han estado en ciudades asfixiadas por el ruido y las prisas: individuos sin empatía, sin escrúpulos, sin piedad.
De esto trata esta obra: de egos inflados que necesitan un aterrizaje de emergencia. De la pequeñez del ser humano y de su absurda grandeza. De las injusticias de este mundo perdido en la inmensidad del universo, que el sol insiste en alumbrar cada día. Y de una cuestión muy sencilla:
Estimado lector, ¿qué ocurriría si tu piel fuese de otro color y hubieras nacido en un lugar donde tu sueldo mensual no supera los 20 dólares?
En estas páginas se habla de todo esto: de cómo nos comportamos cuando damos todo por ganado y de repente lo perdemos, de cómo la humildad está a un solo escalón de la soberbia y de lo fácil que es caer en ella en un instante.
Hoy en día, nadie puede permanecer ajeno al problema de la inmigración y a las mafias que, lamentablemente, se aprovechan de la desesperación de quienes buscan una vida mejor.
Existen muchas asociaciones y ONGs que dedican esfuerzos a paliar el sufrimiento de quienes llegan a nuestras costas en condiciones extremas. Pero también hay organizaciones que, lejos de la costa, realizan una labor casi anónima, ofreciendo ayuda desinteresada al prójimo.
Por ello, quiero aprovechar esta oportunidad para mencionar a una asociación que opera en la sierra Madrileña, en el municipio de El Escorial ,Madrid (España) : Amigos Solidarios de la Sierra de Madrid, dirigida por Mabel Romero. No buscan protagonismo, solo desean ayudar de forma anónima y sin ánimo de lucro. A veces lo hacen sin recursos, poniendo su propio esfuerzo y compromiso al servicio de quienes más lo necesitan.
Desde aquí, quiero agradecerles sinceramente la labor que llevan a cabo día tras día, ayudando a personas sin ingresos, sin trabajo, en riesgo de exclusión social o en situación de desamparo.
Porque ayudar a los demás es algo que nace del alma… y no a todo el mundo le ocurre.
Por ello, amigo lector, te ruego que hagas un esfuerzo adicional al leer esta obra: abre bien los ojos del corazón y los oídos de la mente. Por unos instantes, sumérgete en la vida de los personajes que, a continuación, tomarán protagonismo en estas páginas. Involúcrate con ellos, siente lo que ellos sienten, porque, quién sabe… podrías haber nacido en su lugar, vestir su piel, compartir sus anhelos y vivir sus sueños.
Acompáñalos en este viaje, que, sin duda, es un auténtico Viaje a la Esperanza.
Santiago Ramírez Cruz, licenciado en la universidad de la vida, nació en Madrid en 1976. Inició su formación en la lejana escuela de la educación general básica, donde aprendió a desenvolverse con el lenguaje y a dominar las cuatro reglas matemáticas. Más tarde, decidió que lo que la educación convencional le ofrecía no era de su interés, por lo que emprendió el camino de explorar el lenguaje callejero, realizando un máster en el entendimiento de las personas. Tras escuchar millones de palabras, tomó la decisión de unirlas y darles forma.
Fue en ese momento cuando comenzaron a nacer poesías de todo tipo, libres de reglas y medidas. Luego llegaron los cuentos, relatos e historias sin cesar. Y así continúa hasta el día de hoy.
Santiago Ramirez Cruz
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