Años tras su partida, el narrador de “Desencanto” le hace llegar a su lectora una carta exponiendo los motivos de su partida. A través de un relato que oscila entre la analepsis y la prolepsis, compone un autorretrato introspectivo y difuso de su masoquismo, en el que la acumulación se sobrepone a la progresión dramática y la disociación hace lo propio con la confrontación. Por medio de esta misiva, que no amerita ni espera una respuesta, el protagonista se embarca en un viaje marcado por la culpa y el rencor en el que, lenta e irremediablemente, irá revelando las razones de su abandono hasta alcanzar un desenlace alucinante y a la vez arraigado en las más humanas de las emociones.