Si tuviera que resumirme, me definiría como una de las posibles encarnaciones de un alma inadecuada, empujada y relegada a una tierra que no le es simpatizante y por tanto destinada a alejarse de ella en un doloroso silencio.
La ciudad lagunar y su entorno dan un telón de falsa opulencia al retrato de un hombre común, cuya mirada se detiene más allá de la celebración retórica de la belleza hasta comprender su inconsistencia y artificialidad, extrayendo lecciones que no dejan lugar a ilusiones ni esperanzas de ningún tipo. sino la conciencia de una miseria inmutable, si no en perpetua degradación.
Durante el período escolar y en los años siguientes, maduró en mí una visión del mundo un tanto crítica y rígida, arraigándose rápidamente, tal como se me había presentado hasta entonces, asumiendo apariencias sumamente decepcionantes; sin embargo, la racionalidad que se ha convertido en regla de evaluación y vara de medir, por consecuente que sea, ya ha tenido que compartir el trono del pensamiento con las páginas más etéreas e introspectivas de la literatura: esas corrientes románticas y decadentes con las que he podido dialogar utilizando de un lenguaje común, descendiendo inexorablemente al abismo de un cosmos paralelo limpio de las escorias del rígido pragmatismo científico.
El torbellino de sentimientos, pasiones y sensaciones ha encontrado naturalmente su camino para desahogar su contenido; así, pensamientos recurrentes como la nostalgia, la melancolía, el desencanto, el pesimismo, y teorías como el ennoblecimiento imaginativo de ideales caducados en la banalidad, el contraste entre tendencias oscuras y la búsqueda de una eternidad utópica y el ateísmo ahogado en una jerga típicamente religiosa, otrora el espíritu está saturado de los mil venenos de la melancolía, se han convertido en la base de mis humildes producciones escritas.