Cuatro décadas de productivismo desbocado nos han llevado por caminos insostenibles de degradación generalizada, que nos han hecho olvidar el auténtico valor del agua, la verdadera dimensión de tan excepcional recurso. Un conjunto de razones obligan a dar un giro a las políticas del agua en nuestro país. Es tiempo de instaurar una nueva cultura del agua que dé paso a la eficiencia y a la imaginación, a la subsidiariedad y a la participación en la gestión, a las verdaderas cuentas económicas, sociales y medioambientales del agua, y a la concepción humanística del recurso. Los usuarios de los ríos somos todos. La nueva cultura tiene que acabar con la tergiversación de los conceptos actuales de “demanda” y “recurso”, con los que se ha pretendido establecer un panorama irreal de desequilibrios insostenibles para justificar la instauración de un gran estado de obras restaurador de un equilibrio hidráulico que la Naturaleza jamás antes tuvo. Son las apetencias las que hay que reequilibrar. Estamos obligados a instaurar la cultura del respeto y de la sensibilidad, antes de seguir destruyendo más paraísos, más patrimonios, y desarticulando más comarcas históricas… sin necesidad. Estamos en tiempos de economía obligada, tiempos de conservar y no de destruir. ¡Un reto apasionante!