Nací en una casa de campo en Ponte di Brenta, un suburbio del municipio de Padua, al mediodía, mientras sonaban las campanas del pueblo y nevaba. A la edad de tres meses mis padres se mudaron a Roma, pero mi corazón siempre estuvo dirigido a la campiña del Véneto, donde regresaba todos los años con mi madre y mi hermana para las vacaciones de verano. Viví mi adolescencia en un suburbio de Roma, tan amado y descrito por Pier Paolo Pasolini, donde pasé la época más feliz de mi vida, llevado por mi pasión por los juegos al aire libre, en los patios de las casas, o a la sombra de las acueducto romano. En la escuela siempre me fue muy bien en las materias científicas, y esto influyó inevitablemente en mis futuras elecciones de vida. Mis pocos poemas fueron escritos en mi temprana juventud, influidos primero por las lecturas de Leopardi y luego por las de los poetas herméticos y los filósofos existencialistas. Después de la maravillosa temporada del 68, y la muerte de los sueños por una sociedad diferente, mi vida se ha dedicado por completo a la ciencia. Aquel lejano viaje poético ha quedado suspendido, pero cada tanto le doy de beber a ese plantón que ha decidido no morir y seguir dando frutos.