We Need To Cook - Drug Empire
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Acerca de este juego
En la soleada extensión de Los Ángeles, Walter Black era noticia de ayer. Tú, en cambio, eres el futuro. Empezaste pequeño, lanzando rocas azules en las desoladas calles de Albuquerque. Un genio de la química con resentimiento, no estabas contento con el pequeño negocio. "Necesitamos cocinar", se convirtió en su mantra, un grito de guerra susurrado en los confines de su estrecho laboratorio de vehículos recreativos.
Pero el desierto no fue suficiente. El canto de sirena del poder, de la construcción de un imperio, te atrajo hacia el oeste. Los Ángeles, una ciudad construida sobre sueños y alimentada por vicios, se convirtió en su nuevo patio de recreo. Aquí la competencia era feroz y los cárteles despiadados. Pero tenías algo que ellos no tenían: genialidad. Su producto, una metanfetamina cristalina impecable y pura como el hielo, se convirtió en la comidilla del underground.
Ya no eras sólo un cocinero. Eras un estratega, un fantasma que recorría la parte más vulnerable de la ciudad. Durante el día, eras un don nadie sin pretensiones, mezclándote con el diverso tapiz de Los Ángeles. Por la noche, tú eras el titiritero, moviendo los hilos de laboratorios ocultos escondidos en almacenes abandonados y moteles polvorientos.
Tu riqueza creció como un reguero de pólvora. La desvencijada casa rodante era un recuerdo lejano, sustituida por una limusina blindada y una enorme mansión con vistas al resplandeciente paisaje urbano. Pero el dinero no fue suficiente. Ansiabas notoriedad, la emoción de ser el único nombre susurrado con miedo y respeto: el capo, el que construyó un imperio a partir de una caja de productos químicos y una ambición ardiente.
Las noticias te retrataron como un fantasma: "El Alquimista", te llamaban, una figura mítica que deja un rastro de cristales azules y vidas destrozadas a tu paso. La DEA se convirtió en su adversario obsesionado y invirtió recursos en su captura. Pero siempre estuviste un paso por delante, un fantasma en la máquina, tu red de informantes y músculos impenetrables.
Tu ambición no se detendría en Los Ángeles. México, Europa, Asia: el mundo se convertiría en su mercado. Te convertirías en el Heisenberg de una nueva era, una leyenda susurrada en todos los idiomas, un nombre sinónimo del producto más puro y potente del planeta. La pregunta no era si tendrías éxito, sino qué tan alto alcanzaría tu imperio antes de la inevitable caída. Pero por ahora, te deleitabas con el caos que creaste, un rey en un trono de cristal, con el mundo entero esperando a ser cocinado.
Pero el desierto no fue suficiente. El canto de sirena del poder, de la construcción de un imperio, te atrajo hacia el oeste. Los Ángeles, una ciudad construida sobre sueños y alimentada por vicios, se convirtió en su nuevo patio de recreo. Aquí la competencia era feroz y los cárteles despiadados. Pero tenías algo que ellos no tenían: genialidad. Su producto, una metanfetamina cristalina impecable y pura como el hielo, se convirtió en la comidilla del underground.
Ya no eras sólo un cocinero. Eras un estratega, un fantasma que recorría la parte más vulnerable de la ciudad. Durante el día, eras un don nadie sin pretensiones, mezclándote con el diverso tapiz de Los Ángeles. Por la noche, tú eras el titiritero, moviendo los hilos de laboratorios ocultos escondidos en almacenes abandonados y moteles polvorientos.
Tu riqueza creció como un reguero de pólvora. La desvencijada casa rodante era un recuerdo lejano, sustituida por una limusina blindada y una enorme mansión con vistas al resplandeciente paisaje urbano. Pero el dinero no fue suficiente. Ansiabas notoriedad, la emoción de ser el único nombre susurrado con miedo y respeto: el capo, el que construyó un imperio a partir de una caja de productos químicos y una ambición ardiente.
Las noticias te retrataron como un fantasma: "El Alquimista", te llamaban, una figura mítica que deja un rastro de cristales azules y vidas destrozadas a tu paso. La DEA se convirtió en su adversario obsesionado y invirtió recursos en su captura. Pero siempre estuviste un paso por delante, un fantasma en la máquina, tu red de informantes y músculos impenetrables.
Tu ambición no se detendría en Los Ángeles. México, Europa, Asia: el mundo se convertiría en su mercado. Te convertirías en el Heisenberg de una nueva era, una leyenda susurrada en todos los idiomas, un nombre sinónimo del producto más puro y potente del planeta. La pregunta no era si tendrías éxito, sino qué tan alto alcanzaría tu imperio antes de la inevitable caída. Pero por ahora, te deleitabas con el caos que creaste, un rey en un trono de cristal, con el mundo entero esperando a ser cocinado.
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