LA MUERTE: COMO CONTROLAR EL MIEDO A MORIR

· Raymundo Ramírez · Treguar nga Sirinay castiyo
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Estar rodeado de gente extraña y gente que reconoces que ya ha muerto puede ser un suceso que te provoque un ataque cardiaco, siempre y cuando esto lo estés viviendo en la tierra, ¿qué sucede si el episodio se da en otra dimensión? De pronto ves gran cantidad de gente acercarse hacia ti para darte la bienvenida, es de suponer que ellos creen que ya has muerto pues llevas puesta una sotana en blanco, puedes ver al frente a tu hermano Juanito sonriendo y queriendo abrazarte, claro que no recuerdas en ese momento la muerte trágica que tuvo en vida cuando ambos eran pequeños y que te desgarró el alma. Puedes ver a tu tía Elena callada con la mirada fija hacia abajo, mirándote tímidamente con amor, esperando que le regales una sonrisa, aun recuerdas haberla visto lavando la ropa de su hermano Antonio y su madre Joaquina en aquel lavadero colocado en un corral de piedras haciéndole sombra un mesquite. Oh y la tía Berta la ves caminando en el patio de la casa con su enorme cuerpo desplazándose lentamente hacia la zahúrda que ha sido convertida en cocina, lleva pegadas unas hojas de un extraño árbol en su cachete derecho, parece que aún siente dolor de las muelas picadas que tanto la martirizaron en vida, le habían dicho que esas dichosas hojas calmarían el dolor. Es extraño ver a papá vestido de blanco con una paz increíble en su rostro, nunca lo había visto así, además lo sorprendente es verle delgado y bien cuidado, en vida no se preocupaba por cuidar su aspecto físico, su bigote blanco embellece su cara, me sonríe y sin abrir su boca me da la bienvenida, lo extraño es no ver a mi madre a su lado, pero eso no me preocupa, estoy relajado. Trato de hablar para hacer preguntas pero mis labios por más que me esfuerzo no los puedo mover, lo intento con el pensamiento y funciona.

¡Haber habrán camino! grita una de mis tías más queridas, la tía María con autoridad se sitúa al frente, acércate mi Rey me dice. Tras ella caminaba pausadamente su hermano David y Antonio, vestidos con túnicas blancas, no se notaban síntomas de la artritis por la que habían pasado. Antonio llevaba una piedra en cada mano y tenía las cejas crispadas, como enojado, de su cuello colgaba una banda de cuero con la que sujetaba un radio, él había sido amante de escuchar canciones rancheras, las piedras era su medio de defensa, cuando alguien trataba de vacilarlo les decía «síguele y te hago lo que a pancho Pérez» eso pasaba cuando empezaba a enojarse, ¿qué le había hecho a pancho Pérez? Lo había dejado manco de una pedrada. Antonio fue un hombre respetuoso, tierno, él había sido como un niño toda su vida, nunca se le había desarrollado por completo el cerebro, él dependía de lo que le ordenaban hacer sus familiares, era bondadoso y cariñoso a su modo. Él podía pasar horas y horas parado en un mismo sitio cantando sus canciones, para moverse tenía que escuchar las ordenes de mi abuela, Antonio vente a comer, Antonio es hora de dormir, y mi tío Antonio se movía.

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