¿No será que Dios se ha ido a un largo viaje y no planea regresar? Esta es una novela épica, amorosa, íntima, seductora... los lectores agradecerán tenerla en sus manos y jamás podrán olvidarla. Entre Cirey en 1735 y París en 1934, ocurre el éxodo de cuatro amantes que un día abrieron los ojos y descubrieron que Dios (si es que en verdad existe), tan pronto creó el mundo, tomó su veliz y se fue de viaje, quizá para nunca más volver, dejando tras de sí un mundo de inequidades, prejuicios, violencia, miseria e ignorancia. Impidiendo el tránsito de la historia feliz de una humanidad que no acaba de entender que ahora Dios está escondido en el conocimiento, en la ciencia, en la razón y en la lucha por la conquista de los ideales como la libertad y un amor a prueba de casi todo. Entre Émilie du Châtelet y Gerda Taro existen varios vínculos sutiles y uno evidente: ambas son defensoras de su propia libertad y aman y se dejan amar con vehemencia para poder encontrarse. La primera, rindiéndose a la voluptuosa inteligencia de Voltaire, desterrándose por voluntad propia para estudiar, junto con él, las ecuaciones del universo y el espíritu; la segunda, supeditando el obturador de su gitano Robert Capa a un ideal de igualdad en medio de los horrores del fascismo. Ambas están instaladas en una búsqueda interminable. El puente entre ellas será una carta escrita por la matemática francesa en 1749, legando su fuerza a la fotógrafa mártir de la Guerra Civil Española. "Hablo sangre. Grito dolor. Ululo impotencia. Vocifero muerte. Clamo ¡paren! ¡deténganse! Bramo por justicia. Seguir viva es deshonesto. Seguir viva pesa. Cargando las miradas apagadas de tantos que se han ido".