Antonio Pérez Henares consigue, con una prosa evocadora y una profunda comprensión de la época y la tierra, de sus olores, colores y sabores, un excelente retablo de aquellos agitados años a caballo entre los siglos XV y XVI en los que, en una isla del mar Caribe, comenzó a gestarse un imperio.
Cuando el almirante Colón regresó a la isla de La Española en 1493, al frente de diecisiete naos, se encontró el Fuerte Navidad, que apenas unos meses antes había dejado bien guarnecido, quemado, rodeado de cadáveres flotando y ningún superviviente. En el paraíso se había abierto una puerta al infierno.
Tras este terrible arranque, comienza la historia de quienes hoy son historia del mundo: los Colón, el piloto Juan de la Cosa y su gran amigo el bravo capitán Ojeda, los Niños y los Pinzones, Ponce de León, Bartolomé de las Casas, Ovando, Núñez de Balboa y Vespucio, y también de los caciques Guacanagarí y Caonabo y de la bella y trágica Anacaona. De Cortés, de Pizarro y Alvarado, todavía esperando para partir y emprender las más grandes conquistas, y también de los grumetes Trifoncillo y Alonso, del locuaz tabernero Escabeche y de su mujer la india Triana, y hasta de los perros Becerrillo y Leoncico. Todos ellos en un mismo instante y lugar. Todos ellos en el mismo desembarco, espada en mano en la batalla o bebiendo vino de la misma jarra.
La Española fue el principio de todo en América. El primer puerto de arribada y partida hacia la gloria y el oro; la primera ciudad, la primera calle empedrada por la que pasearon las damas y la virreina, y la primera catedral; la primera batalla, los primeros caballos y los primeros perros soldados; los primeros héroes, los primeros rebeldes y los primeros enfrentamientos fratricidas, tan españoles; los primeros criminales y los primeros defensores de los indios, y los primeros mestizos que marcarían el futuro y la seña de identidad de la América hispana.