El Covid-19 evidenció un mundo que ya estaba entre nosotros. Visibilizó nuestros dolores y carencias. Amplificó falacias y malestares. Agudizó todas nuestras divisorias. Levantó nuevas fronteras y ocultó el brazo salvaje del capitalismo más profundo.
Internet se llenó de visiones en contraste: politización informativa; noticias falsas; ofertas de entregas de productos a domicilio; modelos de gratuidad para descarga de libros y películas; cursos a distancia para mantener la mente distraída; alarmas y conspiraciones; productos milagrosos y de poderes ocultos; notas de pánico; avalanchas de bulos; recetas para cocinar en familia; juegos recortables o para producirse en impresoras 3D; incansables hashtags para insistir en el #quédateencasa; registros satelitales de la reducción en la contaminación; ruido visual y saturación informativa; memes, datos confusos, miedo iconográfico; infografías didácticas para explicar cómo lavarse las manos y qué hacer para evitar salir de compras; videos de retos sin sentido…
La COVID 19 se convirtió en la metáfora de la crisis del sistema y evidenció otros males sociales como la inseguridad, el desempleo, la gobernabilidad desafiando a todas las instituciones: la familia, la educación, la banca, las industrias culturales y mediáticas y no se diga, al sistema de salud.