"Por lo tanto, en lo que respecta a la justicia justificante, los creyentes no tienen nada que ver con la ley. Son justificados 'aparte de ella' (Romanos 3:21), es decir, aparte de cualquier cumplimiento personal de la misma. No podríamos cumplir su justicia, ni soportar su curso. Las exigencias de la ley fueron satisfechas y terminadas, una vez y para siempre, por la satisfacción de nuestro gran Sustituto, y como resultado hemos alcanzado la justicia sin obras, es decir, sin obediencia personal propia. Por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:19). Puede haber, y hay, otras relaciones en las que nos encontramos con la ley. El principio de nuestra nueva naturaleza es regocijarse en su santidad: 'nos deleitamos en la ley de Dios según el hombre interior'. Conocemos la amplitud y la bendición de esos dos primeros mandamientos de los que penden toda la Ley y los Profetas: sabemos que 'el amor es el cumplimiento de la ley'. No despreciamos la luz orientadora de los santos e inmutables mandamientos de Dios, encarnados vivamente, como lo han sido, en los caminos y el carácter de Jesús; pero no tratamos de obedecerlos con el pensamiento de obtener la justificación por ello.
Lo que se ha alcanzado, no puede seguir alcanzándose. Tampoco ponemos una indignidad tan grande en 'la justicia de nuestro Dios y Salvador' como para poner la obediencia parcial e imperfecta que rendimos después de ser justificados, al nivel de esa justicia celestial y perfecta por la que hemos sido justificados. Después de haber sido justificados, la gracia puede aceptar, y de hecho lo hace, por causa de Cristo, nuestra obediencia imperfecta como algo agradable; pero siendo ésta una consecuencia de nuestra justificación perfeccionada, no puede convertirse en un fundamento de la misma. Tampoco puede presentarse a Dios nada que sea mínimamente imperfecto, con el fin de alcanzar la justificación. Con respecto a esto, los tribunales de Dios no admiten nada que esté por debajo de su propia perfección absoluta" (B. W. Newton).
Habiendo, pues, reflexionado largamente sobre la verdad básica y bendita de la justificación, es conveniente que consideremos ahora la doctrina estrechamente relacionada y complementaria de la santificación. ¿Pero qué es la "santificación": es una cualidad o una posición? ¿Es la santificación una cosa legal o experimental? es decir, ¿es algo que el creyente tiene en Cristo o en sí mismo? ¿Es absoluta o relativa? es decir, ¿admite grado o no? ¿es inmutable o progresiva? ¿Somos santificados en el momento en que somos justificados, o la santificación es una bendición posterior? ¿Cómo se obtiene esta bendición? ¿Por algo que se hace por nosotros, o por nosotros, o por ambos? ¿Cómo puede uno estar seguro de que ha sido santificado: cuáles son las características, las evidencias, los frutos? ¿Cómo podemos distinguir entre la santificación por el Padre, la santificación por el Hijo, la santificación por el Espíritu, la santificación por la fe, la santificación por la Palabra?