Así se dispara una travesía en la que conviven, en simultáneo, las dos acepciones del cortejo —el fúnebre y aquel que precede a toda relación amorosa— para crear una alegoría acerca de los ciclos de inicios, finales, pero sobre todo de transformaciones.
Atribulada, Simona regresa un día a la semana al consultorio de su antigua psicoanalista y, en ese diálogo de intimidad, transita por sus vínculos de infancia, sus duelos y sus amores, mientras habita las nuevas rutas de su deseo y los nuevos vientos de su orientación sexual.