Los niños nunca dicen «¡basta!». Y menos todavía «¡ya basta!». Esta es la manera de expresarse de la gente adulta. Normalmente, ellos obedecen. Todos estos «¡basta!» ahogados pueden convertirse en una carga explosiva, en un recurso creativo y revolucionario formidable. Que la balanza se decante hacia un lado o hacia otro solo depende de nosotros, los adultos.