Um þessa rafbók
¿Qué es la felicidad? ¿Por qué en vez de ir derecho hacia ella desviamos siempre nuestro camino? ¿De dónde provienen las preguntas fundamentales de la existencia? ¿Somos capaces de aprender lo que la vida tiene para enseñarnos? ¿Cómo encontramos la salida del laberinto? ¿Por qué creemos que siempre tendremos tiempo para todo? ¿Por qué pensamos que está mal estar mal?
Con casi cuarenta años de experiencia, Enrique De Rosa Alabaster reflexiona sobre la idea de la felicidad -comúnmente considerada algo frívolo o poco importante- de manera profunda, didáctica y conmovedora, recurriendo a ejemplos de la literatura, el derecho, los mitos griegos, la psiquiatría y la filosofía.
Como si fuera la bitácora de un barco que usan los marinos para llegar al faro, este libro se propone buscar las señales adecuadas que nos llevarán derecho a la felicidad.
Einkunnir og umsagnir
Um höfundinn
Un niño de tres años experimenta la muerte e instintivamente se aferra a la vida. Así ve el misterio dual de la existencia. Quizás eso lo llevó a interesarse por los mitos, las historias y los comportamientos humanos. En ese largo camino vivencial, eligió un vehículo, la medicina, por encima de su pasión por la música y el deporte. En busca de sentido, encontró experiencias vitales. Fue médico naval, becario en Oxford (Inglaterra) y en Holanda, médico en el hospital Sainte-Anne en París y psiquiatra forense en la justicia argentina. El faro de ese viaje fue y es el contacto con los aspectos complementarios de la vida: lo erótico y lo tanático. Enrique De Rosa Alabaster es psiquiatra, psicoterapeuta, neurólogo, especialista en ciencias cognitivas y médico legista. Desde hace varios años difunde esos temas en conferencias, medios de comunicación de la Argentina y el exterior, como invitado y conductor de programas radiales y desde la Asociación Argentina de Victimología que preside. Este libro es una larga carta de una persona, no de un profesional, que indaga el misterio de la vida, escrita para sus tres hijos, en quienes se refugia al igual que en su isla -imitando a Jung en el lago- para ver mejor el mundo.
