Dr. Blanco Rivera: hacedor de tragedias

Nathalia Tórtora

2020 mar. · Editorial Vanadis

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El navío francés arribó poco antes de una madrugada otoñal. En Buenos Aires no hubo quien recibiese al único pasajero que descendió, envuelto en la sombra de la noche y bajo un sombrero que era demasiado grande para su cabeza. Cuando el amanecer porteño despertó a los primeros habitantes de la ciudad, algunas horas después del desembarco, La Gloire flotaba, muda, a varios metros de la costa. Dentro no había señales de vida o de muerte, solo el abandono de helados muros que repetían las voces de quienes revisaban sus recovecos como si se burlara de su curiosidad. Fue un caso extraño, sin lugar a dudas. El Doctor Hipólito Blanco Rivera —como se hizo llamar Niavasha en tierra americana— ya se había internado en las calles de Buenos Aires antes de que los primeros rayos del sol bañaran su piel. Había hallado su lóbrego refugio en una habitación vacía del segundo piso del Convento de San Francisco. Desde allí, observaría por un tiempo el nuevo mundo bajo el resguardo de la oscuridad. Observaría y aprendería a velocidad inhumana las costumbres locales para poder pronto mezclarse con la multitud. Niavasha llegó, como quien dice, en el momento indicado.

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Nathalia Tórtora nació casi a las 5 am de una madrugada de 1991, hecho que la condicionó a ser tremenda insufrible desde su llegada al mundo. Estudió en el Colegio Santo Domingo desde inicios del jardín de infantes y hasta la fiesta de egresados, de la que se retiró una hora luego de que comenzara porque tenía mucho sueño. Nada interesante ocurrió en su vida entre el 2010 y el 2014 porque estaba en la universidad y le quedaba poco tiempo para sus relaciones sociales; como Nathalia siempre ha sido muy exigente con sus calificaciones, dividía el tiempo libre entre estudios, escritura, amistades online y convenciones de anime de vez en cuando. De alguna forma, logró graduarse de la Licenciatura en Museología y Gestión del Patrimonio Cultural con las mejores notas de su promoción —que, cabe destacar, tenía solo siete alumnos—. Nathalia reside en Nueva York desde mediados del 2015. Se ha especializado en corrección editorial y en escritura creativa. Odia los teclados estadounidenses porque no tienen "Ñ" ni tilde, porque nunca encuentra el "@" y porque tiene los paréntesis corridos por una tecla. Muchos le preguntan por qué mierda no se decide a escribir en inglés, a lo que ella no tiene una respuesta más allá de su propia vagancia y de su fascinación por las historias que transcurren en Buenos Aires, ciudad en la que creció. Sueña con poder redactar un buen libro en algún momento de su vida. No sabe si lo logrará. Y, mientras espera que la idea para su obra maestra aparezca en su mente por generación espontánea, se ceba unos buenos mates amargos. El día en el que dejen de vender yerba en EEUU, volverá a Argentina para no morir de abstinencia.