"El narrador protagonista, de prosa limpia y certera, se pregunta si llamar a un muerto en sueños significa comenzar a morir. ¿Quién es la enorme yaciente manipulada por la medicina y los afectos? ¿A dónde encontrar a la que daba de tomar la leche y antes de salir al colegio te despedía con un beso? ¿Qué decir y hacer con el pronto viudo que aguarda la sortija que le facilite otra vuelta a su compañera de siempre? Esposa, hijos, hermanos, compañía de soledades agazapadas dentro de la cabeza de quien relata aquello que no debe ser olvidado. Los padres nunca mueren del todo cuando se los recuerda, cavila Melicchio en la bella y particular elegía que homenajea a su madre y tal vez, al inmortal Luigi Pirandello. Sabe que en el después escuchará muletillas acerca de la ley de la vida mientras, rebelde, dormita o medita en el vigilante sillón de un cuarto de hospital en el que solo el silencio halla un verdadero eco entre esas paredes. Sabe también que cuando toda esperanza baje la cortina, el orden de su familia se verá inevitablemente dañado. Y sabe que lo reparará dando testimonio de la imprescindible ceremonia del adiós. Ya que sin despedida, la orfandad es doblemente cruel. Y no hay palabras para expresarla" (Silvia Plager).