Gracias y desgracias del ojo del culo

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Gracias y desgracias del ojo del culo, dirigidas a Doña Juana Mucha, Montón de Carne, Mujer gorda por arrobas es una de las mejores pruebas de que Francisco de Quevedo fue un autor satírico extraordinario. Quevedo es uno de los grandes maestros del soneto europeo —junto a su rival Luis de Góngora, o a Shakespeare y John Donne—. Sin embargo, esta otra arista de su obra es menos conocida.
El lector actual descubrirá enseguida qué irreverente sigue siendo hoy este opúsculo blasfemo y escatológico. Aquí se habla las Gracias y desgracias del ojo del culo, la miseria y la grandeza de nuestro órgano más íntimo y recóndito. Escrito hacia 1622, este texto jamás fue publicado en vida del poeta. Solo después de su muerte circuló clandestinamente durante mucho tiempo como una obra anónima.
Para muchos estudiosos, detrás de lo jocoso y de la demostración de ingenio, se pueden encontrar otras lecturas. Entre ellas una sátira despiadada de la sociedad de su tiempo. Lo escatológico fue uno de los temas que abordó Quevedo con mayor profusión.
No es raro porque en el Siglo de Oro era uno de los temas habituales de la literatura, heredado del pasado. Sin embargo, a pesar de que cada vez se aplauden más estas sátiras quevedianas, siguen siendo parte de la obra menos conocida de Quevedo.

«Quien tanto se precia de servidor de vuesa merced, ¿qué le podrá ofrecer sino cosas del culo? Aunque vuesa merced le tiene tal, que nos lo puede prestar a todos. Si este tratado le pareciere de entretenimiento, léale y pásele muy despacio y a raíz del paladar. Si le pareciere sucio, límpiese con él, y béseme muy apretadamente.»

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About the author

Francisco de Quevedo (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645). España. Francisco Gómez de Quevedo y Villegas nació en septiembre de 1580, en Madrid. Su padre, Pedro Gómez de Quevedo, de ascendencia noble cántabra (valle de Toranzo) se trasladó a Madrid y desempeñó el cargo de secretario de Ana de Austria en la Corte madrileña, donde se casó con María de Santibáñez, también oriunda de las montañas santanderinas y al servicio de la Casa Real. Francisco tuvo cuatro hermanas y un hermano. Desde su infancia y juventud, Quevedo destacaba positivamente por su gran capacidad intelectual, pero no por sus condiciones físicas, ya que tenía defectos en los pies, era cojo de uno de ellos y muy corto de vista. Su padre murió pronto, y su madre se hizo cargo de su educación enviándolo al colegio Imperial (jesuita), en Madrid, donde estudió hasta 1596, tras lo cual inició estudios universitarios de humanidades, filosofía y lenguas (clásicas, italiano y francés) en Alcalá de Henares. Ya en su periodo universitario dio muestras Quevedo de su talante mundano y atribulado. Constan algunos hechos que responden a este talante, y no sólo literarios, sino relacionados con trifurcas y duelos callejeros, como uno con un tal Diego Carrillo, a quien hirió en una pelea y de cuya demanda sólo le salvó la intervención del duque de Medinacelli. En 1600, siguiendo a la corte, pasó a estudiar en Valladolid, donde estudió teología, adquirió fama de reconocido poeta y se fraguó su famosa rivalidad con Góngora. A Madrid regresó también con la corte en 1606, viviendo en contacto tanto con los círculos literarios como políticos, trabando amistad con personajes como Lope de Vega, Miguel de Cervantes y el duque de Osuna..., y asentando su enemistad con otros literatos, como con Luis de Góngora o los dramaturgos Juan Ruiz de Alarcón y Juan Pérez de Montalbán. En Madrid siguió sus estudios de teología, tradujo algunos clásicos (Anacreonte y Focílides) y continuó escribiendo. Su compromiso político con España se cifró en una preocupación pesimista por la decadencia que experimentaba el imperio español, pero también se ocupó en labores activas. Así, en 1613, Quevedo acompañó a Italia al duque de Osuna (nombrado virrey de Nápoles, quizá gracias a las gestiones del mismo Quevedo), sirviéndole como secretario de Estado. También participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las repúblicas italianas, lo que le valió su ordenación como caballero de la Orden de Santiago (1618). No obstante, las turbulencias políticas generadas en la conjura de Venecia (de la que huyó milagrosamente), así como la caída en desgracia del duque de Osuna, supusieron una acusación sobre su persona que acabó, en 1620, con un corto destierro en una finca llamada Torre de Juan Abad (Ciudad Real), la cual le había legado en propiedad su madre antes de morir. La compra de dicha finca por parte de la madre fue objeto de disputa con los vecinos del lugar, y Quevedo hubo de entrar en pleitos infructuosos que sólo se saldaron a su favor tras su muerte, y a favor de su sobrino y heredero Pedro Alderete (Aldrete). No obstante las dificultades prácticas, Quevedo escribió allí algunas de sus mejores poesías y profundizó en el estudio y la lectura del estoico Séneca.

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