La isla de Galveston, en Texas, sufrió en 2004 una repentina inundación mágica. Todo quedó trastocado, y la isla se dividió en una ciudad real, donde la tecnología se ha convertido en escasa y poco fiable, y una ciudad condenada a un Carnaval interminable, anclada en el tiempo, en la que habitan escorpiones del tamaño de perros, payasos melancólicos o viudas que engullen a sus víctimas.