En cualquier caso, no solo estamos ante un cambio de naturaleza didáctica: estamos también, y sobre todo, ante una manera de entender la educación lingüística que no elude su carácter ideológico y político. Porque en educación nada es inocente, y no es igual que hagamos unas cosas u otras, que orientemos las tareas escolares hacia unos u otros objetivos, que seleccionemos los contenidos de una u otra manera y que establezcamos unos u otros vínculos con el alumnado. Por ello la educación lingüística no solo debiera orientarse a favorecer las competencias comunicativas del alumnado, sino también a construir una ética de la comunicación vinculada al aprendizaje de la democracia y al aprecio de la diversidad lingüística y cultural en nuestras sociedades.