Las Sebastianas

· Marlex Editorial
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Dos mujeres tras la jubilación deciden abandonar la ciudad, Barcelona, en las que realizaron sus vidas y regresar al pueblo castellano que las vio nacer. El reencuentro fortuito  les hace deshacerse de los compromisos sociales ficticios y redescubrirse como mujeres independientes. Intentarán sobrevivir  en una sociedad machista e intolerante donde  descubrirán su sexualidad de una forma sincera, transparente y divertida.
Comentario del editor: Es una novela corta y fácil de leer que no deja indiferente. Trata el tema de la sexualidad en una edad en la que no estamos acostumbrados a hablar de ella y lo hace de forma divertida y cercana. Recomendable para cualquier tipo de público lector.

Acerca del autor

Algunas personas desbordan energía incluso sin necesidad de verlas en directo,  basta  con recibir un email de ellos y te cambia el día, te hacen reír y sentir que este trabajo tiene muchas cosas buenas. Una de esas personas es Miguel Ángel Carrizo Azpitia un escritor de mucha calidad que ha confiado sus relatos a nuestra editorial, un buen tipo que tiene una vida que supera la ficción de sus textos.

Es Virgo de horóscopo aunque cuando se lo preguntas responde “soy agnóstico total”.     

Vive en Sevilla con el amor de su vida y se dedica a cuidar de sus mascotas y a escribir.

Podría parecer aburrido pero su vida dista mucho del aburrimiento. Nació en Córdoba, Argentina en el seno de una familia humilde con cuatro hijos, él fue el menor. En 1971 fue acusado de terrorista comunista y fue encarcelado. En ese momento empezó a escribir cuentos imaginados desde muchos años antes. Por si todo esto resultase “corriente” cuando llegó a España se hizo campanero, es decir restaurador de campanas.  A continuación podréis conocer vosotros mismos a este peculiar personaje que ha compartido andanzas con Borges y que ahora podéis disfrutar de su pequeña gran  novela, divertida y genuina, “Las Sebastianas” que hemos seleccionado para vosotros.

Normalmente no acostumbramos a preguntar por los trabajos de nuestros escritores. Pero, en tu caso, hay que hacer una excepción, porque ser restaurador de campanas es, sin lugar a dudas, poco corriente. ¿Podrías explicarnos en qué consistía tu trabajo?

La necesidad  me llevó al mundo de las campanas. Conocí a Francesc Llop y Baió y a su hermano Manuel, campaneros mayores del reino de Valencia, y entré en un mundo apasionante. Luego, a través de una señora argentina, conocí a su cuñado, que restauraba campanas en Nörlingen, Alemania. Este hombre y su hijo son los únicos en el mundo que sueldan las campanas cuando están rajadas, un trabajo espectacular. Y comencé a viajar para restaurar campanas, por distintas partes de España y del mundo. Cuando me dio el infarto cerebral, había comenzado el proyecto de montar el horno en  la torre del campanario de la catedral de Toledo, porque la campana, de trece mil kilos, está rajada desde hace un siglo. Era una locura en la que participaba la Unesco, por aquello del Patrimonio de la Humanidad y todo eso. Pero ya no pudo ser. Un cura muy mayor de la iglesia de Cuya, en Castellón, me dijo: «Es importante lo que hace, porque recupera un sonido que escucharon los de este pueblo hace más de trescientos años». En el yugo de una de esas campanas ponía: «Este yugo lo hizo Paco, año 1638».

¿Crees que este oficio te ha condicionado como escritor?
En el diccionario dice que condicionar es «estimular», «reflejar». Analizo y pienso todo lo que me rodea.

¿Crees que las ideas para los relatos se tienen dentro o se consiguen con la vida?
Muchas veces sueño y al otro día transcribo, hasta darle forma. Pero otras son historias de distintos lugares donde he estado y que me han contado. Hay algo que me enseñó un profesor de química en primer año: O.A.D., que significa «observación, análisis y desarrollo»; tiene más aplicación técnica que literaria, pero a mí me ha servido.

¿Qué escritores te inspiran?
Uno de los primeros libros que leí fue El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias. Yo tenía dieciséis años. Soñé que, si llegaba a escribir, me haría llamar Miguel Ángel Azpitia. Luego leí Cien años de soledad de Gabo Márquez, y muchas veces a J. L. Borges. Una vez comí con él, en su casa. Ante su torpeza para manejar los cubiertos, me dijo: «Comer debería ser un acto íntimo, como cagar». Hace unos años, mi hija me regaló un libro de Paul Auster y me gusto su forma de sintetizar. Como relator, Vargas Llosa. Pero siempre Gabo Márquez. Y estoy esperando que Miguel Ángel Carrizo Azpitia corrija de una buena vez una obra de cuatrocientas páginas que escribió sobre el proceso de adaptación a su vida junto a su Anto, en Andalucía, que me parece que va a ser un buen libro.

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