Nací en 1943, en abril, ese mes que T.S. Eliot nombró como “el más cruel”. Se me ocultó piadosamente que más allá de la frontera había una sangrienta cruel guerra, y más acá lo que significaba el racionamiento, el pan negro, el Movimiento Nacional. Cuando explotó la primera bomba atómica yo tenía dos años. Creo que es más importante haber habitado un tiempo que un país. Soy un hombre de la segunda mitad del siglo XX y me ha tocado la mejor parte del siglo, pero también las consecuencias de su espantosa primera mitad: la destructiva Gran Depresión, la Gran Guerra, la nuestra civil, la segunda mundial, y sus duras posguerras de pobreza, hambres, emigraciones, dictaduras y repetidas crisis. Pero también he visto transición y democracia, también he vivido el estado del bienestar y gloriosos avances democráticos y éticos. Luces y sombras. Estudié filosofía, que para mí tiene como objeto la humanidad. Creo que, en nuestro tiempo, esa filosofía humana está vívidamente presente en la extraordinaria narrativa del siglo. Ya alejado de las aulas, escribo sobre lo que ha sido del hombre después de la muerte de Dios que anunciaba Nietzsche a finales del XIX.