Cuando el imperio español en América -ese que había nacido al amparo del "descubrimiento" de un continente- se hizo pedazos, en la penosa gestión de una herencia colonial de tres siglos se dieron las condiciones para que sobreviviera otro "descubrimiento": el de América por la Iglesia católica romana. Para todos los implicados, el acercamiento condujo a renovar las formas de representarse el mundo católico y la propia participación en él, un proceso de conocimiento y reconocimiento mutuo, del cual surgió una nueva imagen romana de lo que era América, pero también una nueva idea de Roma, forjada en ambos lados del Atlántico.