«Hasta ahora, cada vez que en Castilla se ha planteado el problema de las diversidades peninsulares, la tendencia predominante ha sido la de tratarlas por un método completamente anacrónico: el de la uniformidad imperialista [...]. Querer en nuestros días solventar el problema de las diversidades peninsulares, reduciéndolas todas y borrándolas bajo la imposición exclusiva del matiz representado por una de ellas, sería un error tan grave y una ilusión tan vana como pretender acrecentar la legítima influencia que Castilla puede ejercer en la América española yendo otra vez a ella armados de pies a cabeza, para conquistarla de nuevo.»