Ver a Isabel convertida en una mujer fue para Ford, entrenador de guardaespaldas, como un gancho directo a la mandíbula. Años atrás, cuando se había enrolado en el ejército impulsado por un desengaño amoroso, las dulces cartas de Isabel habían impedido que se volviera loco. Ahora no podía apartar los ojos… ni los labios de ella. Y tenía de pronto una razón para quedarse en Fool’s Gold, si unas dulces palabras podían convencer a Isabel de que hiciera lo mismo.