Dentro del canon de la literatura alemana, Georg Heym (1887-1912) ocupa un lugar privilegiado como representante de la poesía expresionista. Por un lado, personifica –como ningún otro– el conflicto generacional entre la burguesía guillerminiana y una juventud que aspiraba a que su individualidad y sensibilidad no fueran destruidas y asimiladas por una sociedad conformista y conservadora. Por otro lado, predomina la leyenda de un Georg Heym como enfant terrible, prematuro genio poético que, a la edad de 14 años, escribía versos como "en la agonía de la muerte vi mi tierra natal" [Im Sterben hab ich meine Heimat gesehn]; que, dos años más tarde, anotaba en su diario: "¡qué bien le haría a mi salud una guerra!" [Gäb' es nur Krieg, gesund wär ich]; que, durante sus estudios de Derecho en la Universidad de Berlín, reflexionaba sobre la "idea de un dios maligno o un destino maligno"; que, a los 23 aspiraba a ser "terrorista"; que, durante su periodo de prácticas profesionales de abogacía, fue expulsado de un bufete por haber hecho desaparecer, intencionalmente, documentos legales; y que murió, a los 25, en un trágico accidente patinando sobre un lago hecho hielo. Sin embargo, se conocen aspectos de su biografía que parecen no encajar en ese relato canónico. A pesar de despreciar las instituciones del Estado y la familia, vivió casi toda su vida en la casa de sus padres y terminó la tan vituperada carrera de Derecho en una institución pública. Tampoco fue un agente activo (aunque sí fue miembro del Neue Club) de la vanguardia literaria de la época. Incluso en el conflicto con su padre –representante y símbolo del sistema–, Heym encontró una justificación a ese comportamiento: "cierta forma de fanatismo religioso y aversión al pecado" [einer Art religiösem Wahnsinn und Versündigungswahn].