Nunca se equivocaron los Viejos Maestros.
W.H.Auden
El mundo existe, las cosas existen:
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.
Cuando el desánimo nos abate
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.
También la ola, el claro del bosque,
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.
Eso lo sabían los Viejos Maestros,
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.
Eran incansables: repetían
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.
Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles.
Nació en La Plata, Provincia de Buenos Aires, en 1945. Publicó los libros de poesía: Altas lluvias (1966), Campo visual (1976), Rara materia (1980), El príncipe de la fiesta (1983), El invierno lúcido (1987), La colina (1992), Lengua madre (1995), El orden de las olas (2000), Ágora (2005), Todas las mañanas (2010) y Viento extranjero (2014), y el volumen de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016). Su obra se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008) y Eolo y otros poemas (2016). Sobre la poesía escribió: “En ese espejo nos vemos: somos nosotros y no lo somos, es lo que sentíamos y no lo es, es nuestra autobiografía y es una invención. A veces, una sensación de impotencia: lo escrito no tradujo lo que queríamos expresar; en ocasiones, un sostén momentáneo contra la confusión; siempre, el misterio de haber sido conmovidos por las palabras”. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.