Es uno de los cuentos más oscuros de Chejov. Importa el drama que se vive en los centros de reclusión rusos para enfermos mentales. La historia se desarrolla en Rusia zarista, pero lo acontecido puede replicarse en cualquier manicomio del mundo. Se respira en dicho plantel un ambiente de descomposición moral y física, tanto de los pacientes como del personal a cargo. Los locos están en cuartos llenos de garrapatas, húmedos, malolientes por fecas y orines. Los enfermos visten harapos y se les da comer mal, basura; “comida de locos”, como se dice. El doctor Andrei Efímich es el encargado de los pacientes, a quienes atiende con amabilidad, pero con indiferencia. Su vocación de médico –que en realidad nunca la tuvo– se ha ido perdiendo en el tiempo. Él mismo se reviste de una gruesa caparazón para insensibilizarse frente a cada caso. Para él lo más importante es leer, tomar cerveza y fumarse un habano. Los internos antiguos son despojos humanos y los que han entrado recién, van en vías de serlo. Las autoridades conocen la situación pero la ignoran; no les conviene. En mejor tenerlos encerrados allí en esos pabellones de muerte a que anden sueltos por las calles. La sociedad, piensan los funcionarios, no se merece chocar o codearse con semejante escoria.