Años más tarde, nos encontramos con que el resto de España ha importado muchos de los rasgos del procés: la omnipresencia de intelectuales y tertulianos que solo pretenden polarizar, un Gobierno incapaz de gestionar que oculta su ineptitud acusando a los rivales de conductas imaginarias o el desprecio por la gestión económica y las políticas de prosperidad.
Una buena parte de las élites parece haber asumido esta estrategia, a pesar del daño evidente que causó en Cataluña. Y parece haberlo hecho sin pensar en el gravísimo, y quizá irreversible, perjuicio para las instituciones, la convivencia y la concordia.
El proceso español es una honda reflexión sobre el populismo, la crisis de la democracia liberal y el sanchismo en España, pero también un ensayo de combate que llama a la ciudadanía a movilizarse y defender los logros de los últimos cuarenta años de democracia exitosa.