Me gusta el sexo. Mucho. Pero no por el éxtasis que conlleva, o al menos no solo por eso, sino porque cuando estoy perdido entre el placer, el deseo y la necesidad es el único momento en que puedo dejar de
pensar en lo que hice. En el daño que provoqué. En el precio que me tocará pagar cuando me atrapen.
Porque tengo claro que va a ser así. No puedo escapar. No sé cómo hacerlo.
Llevaba huyendo tanto tiempo que ya ni siquiera sabía cuál era mi lugar en el mundo, hasta que di con Calix e Iskra. Y los deseé con locura. Tanto que me volví descuidado y olvidé fortificar mi corazón.
Pero no fueron ellos los que se colaron en él a través de las grietas que se abrieron, sino la Reina del Infierno. Y la deseo mucho más de lo que sería prudente.