Se esperaba que los mansos heredarían la tierra. Pero no será así. No en el desolado futuro cercano de la segunda de las tres películas Mad Max. Mel Gibson estelariza el largometraje que lo convirtió en superestrella internacional como Max, un expolicía que terminó por buscar gasolina, el bien más preciado del mundo en decadencia, entre los restos del árido interior australiano postapocalíptico mientras recorre las carreteras infestadas con alimañas.