En El Talento, Antón Chejov nos presenta a tres orgullosos pintores, que se comportan como la cigarra: desprecian aún a las personas que los aman y sólo ven un futuro ilusorio en el que gozan de una fama cuyo retrato apenas podrían bocetar. Sin embargo, el autor no los condena sino con su piedad; le basta describir a estos soñadores para infundirnos el sentimiento trágico que –en el artista- implica vivir creyéndose un dios, a pesar de saberse un efímero demiurgo.
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