Salvo por algún kilo de más, Sandra se siente satisfecha con su vida; tiene buenos amigos, un trabajo que le gusta y la mejor abuela posible. El problema es que la anciana insiste en recordarle una y otra vez con sus cartas del tarot que esto cambiará pronto. Sea como sea, Sandra nunca se ha tomado muy en serio sus brujerías, porque son solo eso, ¿verdad? Brujerías y nada más. ¿O es verdad que su mundo está a punto de volverse patas arriba? Tal vez tenga algo que ver el desconocido hacia el que la casualidad la atrae una y otra vez.
Sebastián no está acostumbrado a perder. Tampoco a que lo ignoren; nunca creyó posible que una chica tan despistada como lo es Sandra conseguiría alterar la celosa organización de su vida. No importa, porque se ha convencido a sí mismo que lo único que le interesa de ella es su corazón, de la forma más literal posible. Por eso sabe que llevar a cabo su plan será sencillo. ¿O es eso lo que intenta decirse a sí mismo?
Sandra y Sebastian no parecen tener mucho en común; para él eso no es un problema, solo necesita hacerla confiar para conseguir lo que quiere de ella. De paso, no estaría mal hacerse a la idea de perderla para siempre. Por suerte, un perro viejo como él sabe el mar lleno de peces. Está completamente seguro de que no tardará en olvidarla ¿o eso es lo que quiere creer? Y más importante aún, ¿será ella capaz de encajar el secreto que está a punto de descubrir? Lo único seguro en todo este asunto es que las cartas nunca se equivocan.