Por eso se dedica a evitarlo a toda costa, aunque no parece que sea suficiente. La verdadera realidad es que no le importaría que lo borrasen de la faz de la tierra o que lo desintegrasen, pero ¿eso es de verdad lo que quiere? Tal vez las cosas no sean exactamente como a ella le gusta asegurar.
Grajo no perdonará a Carla ni en un millón de años lo que le ha hecho; hace quince años que no solo lo dejo colgado, sino que se fue prendiendo fuego a los billetes de la caja fuerte. Pero claro, una cosa es que no la perdone y otra muy distinta que haya dejado de imaginarla desnuda en su cama. A fin de cuentas, ¿qué son un puñado de años para un lobo como él? La eternidad la miden las estrellas y con ellas no puede olvidar la cabezonería de esa chica a la que no asustan los dientes afilados.
Carla y Grajo parecen destinados a evitarse, pero ¿es posible que el odio que ella acumula no sea más que miedo al rechazo? ¿De verdad es él tan molesto? Las cosas no son tan sencillas como creen, aunque las den por hecho: Prueba de ello es el secreto que Carla lleva años intentando esconder y que Grajo conoce a la perfección. Tal vez sea eso de lo que ella intenta defenderse a toda costa: que solo él haya llegado a verla como realmente es.