Tejiendo estrellas
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan cara de todos
De la experiencia de pensar
Martín Heidegger, en De la experiencia de pensar, sostiene: Tres posibilidades se ciernen sobre el pensar: una buena y provechosa, la posibilidad de volverse cantante o poeta. Otra, mala y por esto sutil, el mismo pensar que lleva a pensar contra sí mismo, cosa a la que rara vez se atreve.
Pero la posibilidad más peligrosa es precisamente la de filosofar...
Hasta ahora, termina escribiendo, ha estado oculto el carácter poético del pensamiento
*
De tal experiencia, JCPozo le es fiel a las tres. Es cantante y poeta, piensa sobre su propio pensar y al filosofar, descubre el carácter poético del pensamiento.
¿Quién es Juan Carlos?
Bohemio, músico, teatrero y loco, maestro de literatura y furibundo aficionado al Cruz Azul, club de fútbol mexicano— nadie es perfecto—, cruzó el charco mexicano en busca de presentes más dignos, para vivir en un país que no era el suyo, en una cultura que apenas vislumbraba.
No le ha sido fácil; entre tantas duras y maduras, ha conocido el infierno de primera mano y de ahí que se lleve con los pingos como si fueran compadres.
De ahí su conocimiento de las sombras y sus detalles.
Su filosofar se distingue por su capacidad para desarrollar y aclarar la experiencia que le han dado veinte años de bregar por las aulas educativas.
Ante el cuerpo moribundo de una educación sin sentido, JCPozo responderá con una vocación de comadrona, ante lo que no se puede decir, porque está en boca de todos, responderá con las voces plurales de sus alumnos.
Ellos lo saben: quién no conquista sus infiernos, termina perdiéndose el paraíso.
¿El pensar poético puede ser, como lo afirmaban los sabios nahuas, una gruesa tea que da luz y no ahúma?
El olvidado asombro da respuesta a ello.
Porque el hombre es verdadero si su canto lo es.
Este canto es verdadero. Lo es.
Hay en él preocupación y cansancio, desaliento y nostalgia, las huellas oscilantes del arduo y fatigoso arte del filosofar y cantar, pero también encontramos alegría, esperanza, la visión del vencedor y el amor de los vencidos, visión y amor que reverdecen al son de los cantos.
No es una historia de amor. Pero tal vez sí.
Porque es, ante todo, la presencia y prestancia de un hombre enamorado, enamorado de su memorias escolares, enamorado de quien las hecho posible.
*
Todo hijo termina pareciéndose a su padre, por oposición o por semejanza.
El libro que hoy nos ocupa es tan heterogéneo como su progenitor: en él desfilan cuentos, poemas, canciones, anécdotas, reflexiones, ensayos, confidencias, cimas y simas de sus discípulos.
Y en ese aparente caos, hay el orden de la naturaleza, en donde hay de todo y para todos.
Pásenle, que la mesa está servida.
*
¿Qué sentido tiene filosofar, aún cuando sea al modo del cantante y del poeta?
Veamos...
*
El ser humano, afirmaba Kant, es un alguien que se hace preguntas que en última instancia no puede responder: la existencia o inexistencia de Dios, el misterio de la libertad humana, la inmortalidad del alma. Pero justamente por eso, porque no hay respuestas definitivas, los enigmas nos invitan a perfeccionarnos. Por ellos nos vemos impulsados a aprender y aprehender todo lo que la experiencia nos pueda enseñar, nos guían a actuar del modo más libre y autónomo posible, nos invitan a que seamos dignos de una virtual inmortalidad del alma.
JCPozo es un educador que hace preguntas que tal vez no tengan respuestas.
Y sin embargo, se mueve...
Me parece que el opio más intenso y duradero de todos, aquel que seda y detiene el flujo de ideas, que crea problemas domésticos, que forma ciudadanos plataformas de los villanos y poderosos y que en definitiva es el que hace sucumbir en la ignorancia a los pueblos afectados, es un mal sistema educativo.
Ver, controlar, dominar, sojuzgar. El opio desata preguntas, busca respuestas.
Cuatro paredes. El asentamiento general conviene en que allí uno será, con consideraciones hipócritas, aprisionado, obligado, culpabilizado, juzgado, respetado, humillado, etiquetado, manipulado, mimado, violado, consolado, tratado como un feto que mendiga ayuda y asistencia.
Si los árboles pudieran hablarnos, nos preguntarían: ¿como pueden vivir sin raíces?
Porque todos nos hemos sentido desenraizados, vivido experiencias alucinantes y asombrosas en el aula escolar.
En la feria, a todos nos ha tocado pasearnos en la rueda de la fortuna, a veces hemos tomado el cielo por asalto, a veces nos asaltan sobre el suelo raso. No hay remedio; en el baile del pueblo, al más palurdo le toca siempre bailar con la más fea. Hemos padecido de los burócratas de la educación, aquellos que ante la incapacidad de subsistir de otra manera, han tomado a la docencia por asalto como única tabla de salvación. Y por regla de tres, lo hacen mal. O hemos gozado a los enamorados de su profesión, que tienen muy en claro cuáles son los objetivos que persiguen:
Exaltar y desarrollar las virtudes existentes e identificar posibles habilidades nuevas, es una de las tareas finales... El ciclo renace de nuevo como en la madre naturaleza cuando el estudiante es influenciado por el bien del maestro, por la idea clara y justa que le hace ver su desarrollo humano.
Todos los hemos sufrido o gozado.
El problema es cuando la rueda de la fortuna no avanza y no queda otra opción que ver el cielo desde el suelo; lo ingrato es que siempre te toque bailar con la que nadie quiere.
Odio que el sistema educativo no haya cambiado en siglos, las mentiras de los políticos corruptos fingiendo tener el mayor interés por la educación; fingiendo preocuparse por la juventud, cuando en realidad diseñan un sistema para crear robots con los sentidos anestesiados; y todo para mantener el círculo vicioso social y que los demonios de ojos azules sigan en el poder....
Odio tener que escuchar ocho horas al día lo que tengo que pensar, el tener que poner mi futuro en manos de un resultado en pruebas estandarizadas que no evalúan múltiples inteligencias... Odio que mis compañeros se odien a sí mismos cuando deberían de odiar el sistema que los tiene muy por debajo de su interés.
JCPozo pone su saber y su talento al servicio de la puesta en escena del pensamiento y el arte— dos maneras de acercarse a la vida—, al servicio de sus educandos, de sus inquietudes e interrogantes, a fin de que sus existencias sean más plenas, piensen con mayor amplitud y profundidad, sean más críticos y exigentes y por ende, comprendan cabalmente su mundo y eventualmente, actúen sobre él.
El propósito de un maestro es del todo inalcanzable, hay que aspirar solamente a cabalgar constantemente en él, parando a dormir y a tomar agua. Hay que dejar que nos lleve libre por el viento de las ideas, en un viaje que nunca termina. Enfrentarse a esa realidad es lo que diríamos en gramática, una perífrasis verbal: “lo seguirá persiguiendo”; aun después de que quien lo empezó, ya no siga viviendo.
Lo suyo no es el lenguaje académico o docto — si bien tiene las herramientas para hacerlo—. Hace propio el idioma de todos los días, el de la calle del barrio, la palabra de overol y las manos encallecidas, el que nos habla de las risas y las lágrimas, de los amores y desamores cotidianos, del milagro y de la angustia de vivir todos los días. Suya es la ironía, el albur, el sentido del humor, la reflexión y el asombro, la emoción del actor que sabe que cada función es única y definitiva y que en ella uno se juega la vida, porque no habrá otra oportunidad como esa para conquistarse y conquistar el mundo que le rodea.
Leer a JCPozo es compartir su gusto por las luces y las sombras, saborear y compartir las llagas y las llamas de su profesión, entender que no hay nada más digno y hermoso que tener en tus manos la vida de otros, los otros que nos dan plena existencia y enriquecen nuestro transcurrir por la tierra. No hay duda, amar es combatir y de eso nuestro autor sabe un montón.
*
Amar es combatir
¿Ha perdido la escuela el carácter repelente que presentaba en los siglos XIX y XX, cuando domaba los espíritus y los cuerpos para las duras realidades del rendimiento y de la servidumbre, teniendo a gala educar por deber, autoridad y austeridad, no por placer o por pasión?...
El primer capítulo lo dedica a reflexionar sobre la educación, sus alcances y limitaciones.
No es ocioso que lleve el nombre de Amar es combatir. Porque sólo combatiendo se puede transformar el carácter repelente que abochorna.
En esta primera parte, JCPozo nos habla de sus encuentros y desencuentros con el sistema educativo, sus ideas de cómo debe ser el proceso enseñanza aprendizaje, su visión acerca de su profesión y de sus educandos, anécdotas de colegas, diálogos con sus discípulos, la lucha por un sueldo digno que nunca llega; en fin, fiera tenacidad por sobrevivir.
Ningún niño traspasa el umbral de una escuela sin exponerse al riesgo de perderse; quiero decir, de perder esa vida exuberante, ávida de conocimientos y maravillas, que sería tan gozoso potenciar en lugar de esterilizarla y desesperarla bajo el aburrido trabajo del saber abstracto.
Perder la vida, ávida de conocimientos y maravillas...
Extraviarse.
Parece que hay pocas opciones: estudiar en el laberinto, padecer al Minotauro.
Y sin embargo, JCPozo es un romántico irredento o un necio inconsecuente; ante una lucha aparentemente perdida, se ha propuesto, a su manera y en su feudo, trabajar para transformar su entorno.
La lucha no es fácil: ¡Varios siglos de anacronismo lo contemplan!
La lucha para alejarse de esa herencia primitiva es un asunto de todos los días. JCPozo nos invita a librar este combate y ofrece alternativas para ello:
El propósito del maestro, es contribuir, a establecer en cada estudiante su propio propósito en la vida. Exaltar y desarrollar las virtudes existentes e identificar posibles habilidades nuevas... Es una relación simbiótica: el maestro que facilita al estudiante el hallazgo de su propósito y el estudiante que, al encontrarlo, le confirma al maestro la efectividad y sinceridad del suyo.
Amar es combatir. Lo aprendió de los mejores:
A sabiendas que le habían dado solamente seis meses de vida, el profesor no paró de darnos clase. Nos lo dijo en seco una noche de clases. Un cáncer rarísimo en los huesos. Hacia el último mes que le quedaba de vida según el diagnóstico del doctor, nos recibía todavía en su cama de hospital, todo entubado e infestado de morfina, para darnos clase a los seis o siete estudiantes que nos sentábamos a estudiar alrededor de su cama.
Quien no esté dispuesto a luchar, que se quede en casa.
Para trincheras, las necesarias.
*
El olvidado asombro
En el capítulo II, llamado el olvidado asombro, apreciamos diálogos que bien podríamos escuchar en el bar de la esquina o enfrente de la chimenea de cualquiera de nuestras casas. Confesionario escolar, en donde los alumnos comparten con su maestro sus tristezas y descubrimientos. En cada encuentro percibimos la sabiduría de la adolescencia, que no obstante sus angustias y desencuentros, aún mantienen viva la fe en un mundo mejor.
JCPozo es un trashumante como ellos, se ha visto desarraigado como ellos, ha tenido, al igual que ellos, que adaptarse a una forma de vida a la que no estaba acostumbrada y muchos de los problemas puestos sobre la mesa ya han sido vividos y resueltos.
Tal vez por eso los entiende tan bien.
Ellos saben que la rebelión es imposible si se carece de la conciencia de la indignidad; saben que la conciencia de la indignidad no se adquiere mientras se piense que se vive en el mejor de los mundos posibles.
Cada texto que leemos respira la rebelión que abre posibilidades y endereza entuertos; la conciencia plena de que al no vivir en el mejor de los mundos posibles, les corresponde a ellos iniciar la revolución.
No han perdido el rumbo, a pesar del encuentro con los abismos.
Aun les queda como herencia, siglos de locura que atar o desatar.
Tal vez por eso las palabras saben a pan y a sol, a tierra lejana y distante, a un mundo que espera ser descubierto, ausencia y encanto. La vida es el tema, y por tanto, nada humano les es ajeno.
Hay historias realmente conmovedoras.
Cuerpos que recuerdan la hora en que se convirtieron en heridas.
Como la de Nicolás, por ejemplo, quien tenía una mirada que parecía estar siempre llorando hacia adentro, como irrigando el corazón de nostalgia, o Lizbeth, que no obstante añorar el pueblo abandonado, se pregunta porqué se siente figura de cartón cuando está en su propio país, o la de Esteban, un chico salvadoreño de diez y seis años que solo atinaba a decirle al profe la regué, la regué, la regué… gacho, ante la posibilidad de un inminente embarazo de su novia. Asistía a clases como sonámbulo, con el ánimo arrastrando el pavimento, como si le hubieran pegado múltiples tubazos en cada rincón de su alma.
*
¿Soy otro que no seas Tú?
*
Ellos abrazan la vida, se dejan abrasar por ella, la aman sin descanso, en la contradicción perpetua, porque si — ¿por qué no?— , sin retorno, a vuelta y vuelta, sin dobleces, con un amor gratuito, incondicional — si bien crean a veces que no son correspondidos— en solitario, sin provecho alguno, desesperadamente, aunque les duela, la aman entera, más allá de su muerte.
¿Ellos son otros que no seamos nosotros?
¿Es que es posible ser otro que no seas tú?
El estudiante de preparatoria es solidario como pocos y paradójicamente cruel. Es un absolutismo de antítesis idealista en el que viven. Todo tiene que ser puro, verdadero, libre, justo; pero, a la vez (y por esto es difícil de ganarse su respeto), revolucionario, impulsivo, rebelde, exagerado, dramático, idealista; muy rara vez tienen un sentimiento deshonesto (aunque no se podría decir lo mismo de sus acciones).
Vemos en el sol lo que el sol tiene de ellos. Vemos en ellos lo que ellos tienen de sol
*
No habrá finales felices
A bordo del barco de la palabra y a través del mar revuelto de la vida, en cuya superficie flota inerte la fauna de la injuria y la mentira, van navegando los argumentos en busca del tesoro de la verdad; por su parte, la verdad, especie oculta y de vibrante brillo, se pasea serenamente en las profundidades del silencio, en completa soledad.
*
El texto anterior, Metáfora azul, da la voz de arranque del capítulo III, el reino de los pronombres entrelazados.
JCPozo abandona por un momento el rol de filósofo y profesor y se convierte en el navegante de la palabra, a través del mar revuelto de la vida. Es el creador y lo creado. El artista y la obra de arte.
Encuentra su verdad en las profundidades del silencio, y del frutos de sus soledades, nacen sus historias que nos trastoca, nos tocan la puerta del ser, nos dejan ver el rostro de este día, el rostro de esta noche, en donde todo se comunica y transfigura, justo a donde todos somos nosotros, al reino inconcebible de los pronombres enlazados, en donde el yo y el tú se hacen uno y eterno.
Acaso somos nosotros sus personajes, el sueño de otro que sueña que sueña.
Ama todas las cosas que le suceden y así convierte en luz de día el fragmento de noche en el que zozobra.
Morir es un arte, como todo lo demás, escribió Silvia Plath.
JCPozo lo hace excepcionalmente bien.
No la evita, no la busca, no la ignora. Es su musa prisionera, salvadora.
¿Cuantas vidas se necesitan para que una vida respire y viva?
¿Cuántas muertes son necesarias para darle vida a la vida?
Románticos irredentos, absténganse. Aquí no habrá finales felices.
En sus textos, Calamidad llama continuamente a la puerta.
Y sale victoriosa.
¿Por qué?
Porque el abuso de un conocimiento invariablemente cobra factura.
Sus personajes saben y sufren porque saben. Es un viaje sin retorno una vez que se ha tomado conciencia. Ellos, los de entonces, ya no son los mismos.
Saben que saben. Y no hay vuelta de hoja. Tener conciencia es una joda.
En el reino de los pronombres entrelazados, no hay espacio para el optimismo. Velada, subrepticia, transparente, la muerte está ahí, vela cada palabra. Y la palabra nos devela, nos desvela, nos muestra otra manera de vivir/morir.
Rebelión de los sentidos: Al amor lo contemplan los poros; a las notas las prueba el oído; las mejillas respiran el viento; a la piel la desvisten los ojos; y es la espalda quien oye a los muertos.
Es otro mundo. ¿Onírico? ¡Quién sabe! El verdadero quizá.
Tal vez porque vivir es sentirse perdido. Y el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ha comenzado a descubrir su propia realidad. Está en tierra firme. El que no se siente de verdad perdido, se pierde inexorablemente, no se encuentra jamás. La ansiedad es la posibilidad de la libertad.
¿A quienes nos encontramos en el camino?
Entre muchos otros personajes, a la rosa enamorada, quien daría gustosa su aroma porque la escuchara la mariposa desatenta, a Sinestesio, experto en sensaciones, dueño de un poder terrible ( ahí donde llorabas o amabas o morías, él repetía empáticamente el mismo gesto, la misma dolencia, la misma pena), conocemos la historia de la historia inconclusa ( ¿no somos todos, acaso, una historia inconclusa que busca, anhelante, que alguien nos concluya? ), al divino adivino perdido por una calamidad que llamó a la puerta, al tripulante cósmico, atrapado entre la eternidad de un instante, a la señora Queja Visceral y su anhelo por abarcar el universo en busca del remedio para la tristeza, a los pistoleros Presente, Pasado y Futuro, enfrascados en un duelo de vida o muerte, al personaje principal de una novela, que busca terminar con el tiránico control de su autor, o el Mito que soñaba con ser Leyenda.
Arquetipos grandes y pequeños, favoritos y anodinos, forman parte de su familia para siempre, por tormentosos o austeros que hayan sido.
Son ya parte de la familia. Nunca se han ido. Y a veces, aquellos que parecen oxidados y enterrados con hondura, enterrados en la nostalgia o el abatimiento, terminan por tener más presencia que los vivos.
De ahí su profundidad y belleza. Porque cada uno de ellos nos hablan también de nuestros propios demonios, domesticados, embrutecidos, salvajemente humanos.
En los pronombres entrelazados, nos adentramos a un mundo paralelo, producto tal vez de las pesadillas recurrentes, pensamiento poético que nos arrastra como si un viento furioso entrara en nuestras casas, para revolverlo todo y trastocar el orden o para abrir nuestras ventanas enmohecidas y ofrecernos la posibilidad de un nuevo aire fresco. Ante la fatalidad, el poder sanador de la palabra, ante la postura existencial de la singularidad, la pluralidad multiplicadora, ante la inminencia de la caída inevitable, el amor del mundo y para el mundo.
¡Qué importa no haya finales felices!
*
Un sol sin edad
— ¿En qué trabaja usted?— preguntan al Sr. K.
El Sr. K. respondió:
— Me está costando una fatiga enorme preparar mi próximo error.
*
El propósito principal del teatro didáctico es provocar un juicio crítico en el espectador, mover su pensamiento para que, actuando sobre la realidad misma, tome conciencia de la situación existencial y social en la que vive.
Las obras medievales son un buen ejemplo del género. Sus historias tenían como propósito evangelizar al ciudadano de calle para que se comportara como Dios manda y no estuviera por ahí, haciendo diabluras.
Así , Juan y “El Ganso”, pequeña pieza teatral que conforma el Capítulo IV, tiene una intención eminentemente pedagógica; promueve el pensamiento, despierta diversos puntos de vista.
Juan y “El Ganso”, exige nuestra participación activa, provoca al individuo, sustraído a la condición de mero espectador y refugiado en la pasiva colectividad anónima del público, al ejercicio de una reflexión responsabilizada.
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Nadie queda inmune, no hay tiempo para los tibios.
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Es horrible matar. Pero no sólo a los otros, también nosotros nos matamos sí es necesario Porque sólo por la violencia puede cambiarse este mundo asesino, como sabe todo el que vive
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Juan y “El Ganso” es una historia común y corriente, de ahí su eficacia y horror, sucede tanto, entre tantos y por tanto tiempo, que ya es como el pan nuestro de cada amanecer.
Juan, un muchacho de casi diez y seis años, debe abandonar su casa, su familia y su país para irse a vivir a los Estados Unidos, buscando mejores tiempos para vivir.
Tal vez está preparado para el adiós, pero no para la ausencia.
Para adaptarse a un medio que le es hostil, deja de ser Juan — ese muchacho, muy centrado, estudioso, trabajador, y que además sabe cuidarse solo— y se convierte en “ El Ganso”, un adolescente que vive dando saltos en la selva del asfalto. Él sabe que en la ley de la jungla, en la que se ha convertido su vida, no hay que rajarse nunca.
En casa de Juan no hay nadie. La araña se fue del muro. No entra aire por las ventanas y el sol no le quita lo oscuro. La ausencia de lo que quiere, llena su alma de vacío, y duerme envuelto en un frío de soledad. Los únicos que lo cobijan, compañeros en color, lo censuran cuando es bueno y lo celebran si es matón. Para ellos Juan no existe, en la pandilla él es el Ganso, cuya vida a nadie importa desperdiciar.
Es horrible matar. No sólo a los otros, es horrible matarse a sí mismo, suicidarse para ser un otro diferente, morir para ser reconocido, aceptado, sobrevivido.
Matarse no es un acto inocente. Toda muerte podrá ser utilizado en tu contra.
Matarse siempre tiene un costo. Y Juan/Ganso tendrá que pagar su atrevimiento de ser otro.
*
Vuestro relato nos muestra lo necesario que es cambiar el mundo: Cólera y tenacidad, ciencia e indignación, intervención rápida, reflexión profunda, fría paciencia, perseverancia infinita. Comprensión del detalle y comprensión del todo: Sólo instruidos por la realidad podremos cambiar la realidad.
*
La función didáctica de una obra de tal naturaleza es exponer y/o denunciar la inmovilidad de una clase social. Por eso la acción es mínima, los personajes simples, como si en la falta de movimiento y profundidad se enjuiciara el enajenamiento en el que viven.
Juan persigue un fin— ser finalmente aceptado en una sociedad que lo discrimina— y para lograrlo no dudará en hacer hasta lo imposible y es justamente lo imposible lo que le hará tomar conciencia de sí mismo y reajustar sus valores y metas.
¿Quién es la víctima? ¿Juan o aquel que se dice Ganso? La sociedad misma, porque vivir así es vivir a ciegas y con la muerte a las espaldas. Ustedes no viven, muchachos. Se preocupan tanto en sobrevivir, que no los deja vivir.
Hay salida. Siempre la hay. La obra nos muestra finalmente, a través de las voces de jóvenes como Juan, lo que se necesita para cambiar el mundo y ser simplemente quien uno es.
*
La vida verdadera
En El hombre y la gente, Ortega y Gasset describe a la otra persona como una sorpresa. Somos para el otro siempre una sorpresa. Cuando descubro la otredad, descubro que no soy el único habitante del mundo. Comparto el espacio con otra persona, un otro co—existe conmigo en un mundo al que consideraba exclusivamente mio; no puedo permanecer indiferente o relajado como antes. Ante el estupor, pregunto: ¿Quién anda allí?
Antes de eso, mi vida era familiar y acogedora. Era mía. Pero ahora el Otro ha entrado en mi mundo y su aparición me fastidia, demanda una reacción de mi parte.
Detrás de sus ojos se esconde un mundo interior. No puedo ver su interioridad — sus sentimientos, pensamientos e intenciones le pertenecen. Pero a través de su cuerpo puedo ver que su interioridad se relaciona conmigo, que responde a mi presencia, así como yo puedo responder a la suya. En ese sentido el otro es peligroso, porque nunca puedo predecir y controlar plenamente sus reacciones.
Pero el otro no es sólo un problema para mí. A través de su aparición descubro mis límites, mis limitaciones, y por lo tanto mis capacidades e incapacidades, mis gustos y
opiniones. A través del otro me descubro a mí mismo.
*
Casi hemos terminado.
Y lo hacemos con sorpresas, con asombro nos encontramos con el otro, al otro que descubro y me descubre.
El JCPozo nos ha compartido sus ideas y reflexiones acerca de la educación, nos ha regalado algunas historias y anécdotas escolares, hemos leídos sus cuentos, hemos reflexionado con su obra teatral. Pero hasta ahora, directa o indirectamente, él ha sido todos los personajes, el bueno y el malo del cuento, el lobo y los cerditos y las casas por derrumbar.
Nos ha hablado, de la escuela y su entorno, de sus alumnos y sus voces, de sus amores con las musas caprichosas y siempre insatisfechas. Y lo ha hecho desde su punto de vista, desde la ventana de su balcón. No podía ser de otra manera.
Es buen momento para escuchar a los verdaderos protagonistas del libro y enterarnos de lo que tienen que decir.
Porque así como en una obra de teatro, el verdadero protagonista es el espectador — un teatro vacío no tiene sentido—, cuando hablamos de educación, si queremos ser justos debemos darle voz y presencia a los que la viven ( o padecen ) a diario.
Los alumnos.
Es hora de escuchar sus voces. Darle presencia a la sorpresa del otro.
En La vida verdadera, último capítulo del Olvidado asombro, nos asomamos a otros balcones, a otros ámbitos, otras voces.
Es difícil no conmoverse; es decir, no moverse con ellos.
Es un mundo que tal vez sólo conocemos de oídas, de habladas, de refilón, por chiripa.
Es el otro el que nos descubre al descubrirse; es el otro el que nos justifica, es el otro que nos advierte que tal vez no vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Los otros son miradas enterradas en un pozo, miradas que nos ven desde el principio, mirada niña de la madre vieja que ve en el hijo grande un padre joven, mirada madre de la niña sola que ve en el padre grande un hijo niño, miradas que nos miran desde el fondo de la vida y son trampas de la muerte ¿o es al revés: caer en esos ojos es volver a la vida verdadera?
Eso creo. Caer en esos ojos es volver a la vida verdadera.
Hablan, en primera persona, de una educación obsoleta, de la vida difícil del inmigrante, de lo angustioso que es educarse cuando sobre ellos se alza, permanentemente, la opción de la deportación, del futuro incierto y peligroso, en una tierra extraña que no es la suya y al mismo tiempo desean apropiársela.
Porque finalmente...
¿Por qué los jóvenes aceptarían durante más tiempo una sociedad sin alegría ni porvenir, que los adultos ya solo se resignan a soportar con una acritud y un malestar crecientes?
*
¿Qué hacer?, se preguntan, cuando te cae el veinte de que ni veinte tienes para ir a una universidad, cuando eres discriminado en un mundo de discriminados, cuando vives en un mundo de máscaras y todos actúan como si todo estuviera bien.
¿Cómo vivir?...
Para tener éxito en donde sea, es importante estar conscientes de las desventajas de uno, pero no enfocarse en ellas, sino convertirlas en motivación para hacer las cosas mejor. Con todas las altas y bajas que he tenido en mi carrera académica, esta es la lección más valiosa que me puedo llevar a la siguiente etapa.
Es como si la vida trazara un camino
… y la escuela fuera a mandarte por otro, caminas en círculos , siempre llegando al mismo punto. Y es que la idea del futuro atemoriza y mucho. Y si las cosas que nos enseñan no son lo esencial en la vida, pues es algo que me espanta más.
Memorizar, pasar y olvidar. Y el ciclo se repite de nuevo. Si los tiempos cambian tanto, ¿por qué las escuelas no?
Cada uno de ellos se han convertido en su obra de arte. Cada uno de ellos, al examinar su entorno, se examina de un modo crítico. Cada uno de ellos busca su identidad para llegar a ser quien es de verdad.
Y entonces, de la experiencia de pensar, se vuelven cantantes, poetas, y al pensar sobre su pensamiento, hacen filosofía. Y se vuelven más sabios.
Y entonces ellos y nosotros, JCPozo y sus educandos, la escuela y sus habitantes se vuelven uno e indivisibles. ¿En que momento sentimos que somos nosotros mismos?
Cuando amamos, cuando creamos, cuando dejamos de hacer de nosotros mismos la razón fundamental de nuestra existencia.
Cuando, como el fuego, morimos y nos recreamos a cada instante, perdiéndonos para encontrarnos encontrándonos al perdernos.
Toda obra literaria, es al fin de cuentas, autobiográfica.
Se escribe desde nosotros y para nosotros y lo que se escribe tiene que ver con lo que somos o queremos ser.
No se si es el mejor libro de JCPozo — cuestión de gustos—. Si me parece que es la obra más personal, la más entrañable, la más autobiográfica, si cabe el término.
Porque no sólo nace del comercio con las musas y su matrimonio con la imaginación, la obra surge del fondo de su quehacer diario, como hombre, como profesionista, como artista. Es el resultado de veinte años de lucha incansable y cansable por apropiarse de nuevos territorios; en cada línea vislumbramos el sudor y el arrebato de no dejarse avasallar y ser, no obstante los enredos de la vida, quien ha querido ser.
No cabe nada más que invitarte, por hoy, para siempre, a que recuerdes el olvidado asombro de estar vivo.
Adelante, disfruta de la escuela de la vida; de la vida en la escuela.
*
Cuenta la leyenda
Eran apenas los años niños de la creación y aún Dios no se había enfadado con nosotros; tal vez por ello estaba permitido habitar en la luna, que por aquellos entonces tenía árboles, ríos, montañas verdes y azuladas.
En una de las colonias lunares más apartadas, vivía una pareja de ancianos que a falta de hijos se tenían mutuamente. Eran como la lumbre en la piedra, como el reflejo en el agua, como la semilla en la tierra, como el silencio en la palabra: una simple historia de amor. Vivía cada quien para su cada cual. Y eran felices.
Hubo una noche, la primera gran noche de nuestra historia, mientras el hombre observaba el firmamento negro e infinito, que un pequeño cometa pasó muy cerquita de la casa en donde vivía el matrimonio. El hombre pensó que sería un buen regalo para su amada y quiso tomarlo con sus manos.
Pero fue tanta la luz, tanta la imprudencia, que los mismos cielos se enlutaron y los ojos del hombre anochecieron.
Para salvarlo de las tinieblas, la mujer combatió con las fuerzas de un amor desesperado, como la sombra combate por la pasión del cuerpo, como el dolor a la memoria, como la lluvia torrencial busca las multitudes del mundo.
Para dominar la noche de su amado, la mujer cantaba nanas. Para el cansancio del silencio del hombre, vaciaba el pecho. Cuando el hombre vivía tizones, ella se volcaba en agua; en las inundaciones se convertía en tierra, para la impaciencia, la frescura del cielo. En el caos final renunció a sí misma y ejercitó nuevos oficios: todos los días tejía y tejía estrellas para que los dioses se apiadaran de ella, tejía y tejía estrellas para devolverle a su amado la luz perdida, tejía y tejía estrellas para un hombre que por ciego no podía verlas. Sus manos generaron astros y cometas. En vano. Los dioses callaban, mientras ella tejía y tejía estrellas para un hombre que no podía verlas. Él quedó incluido por siempre en el reparto de la noche eterna. Los dioses no le devolvieron la luz, pero maravillados ante un universo estrellado, les concedió el bien de la fecundidad y pronto la pareja concibió hijos, que a su vez tuvieron hijos, que a su vez tuvieron hijos, todos ellos herederos del oficio materno.
Dice la leyenda que de aquella pareja lunar proceden los maestros, los educadores, los profetas: hombres y mujeres que heredaron el oficio y también, cada quien a su manera, tejen y tejen estrellas para que nosotros podamos verlas. De aquel planeta y de aquellos tiempos poco queda: los lunáticos han desaparecido, la luna, deshabitada, se ha convertido en un páramo desierto, hombres y mujeres se enfadan con hombres y mujeres, los animales nos tienen miedo permanente, muere lentamente la naturaleza. Y sin embargo, nos quedan las estrellas, las amorosas estrellas y los maestros, educadores, profetas, tejedores de obras maestras.
Los hijos estelares saben que hay esperanza. Les basta salir una noche cualquiera, observar las miles de estrellas que cobijan el cuerpo estelar para saber que, no obstante sus propias sombras, la memoria perdida, los sueños incumplidos y la vida que se aleja, son producto de una antiquísima historia de amor, que provienen de una pareja que sin conocerlos los amó y los tejió para que alumbraran nuevos universos, porque la vida es esencialmente hermosa y el arte de vivir un milagro que se repite todos los días.
Sarainés Kasdan
¿Quién es Juan Carlos?
Bohemio, músico, teatrero y loco, maestro de literatura y furibundo aficionado al Cruz Azul, club de fútbol mexicano— nadie es perfecto—, cruzó el charco mexicano en busca de presentes más dignos, para vivir en un país que no era el suyo, en una cultura que apenas vislumbraba.
No le ha sido fácil; entre tantas duras y maduras, ha conocido el infierno de primera mano y de ahí que se lleve con los pingos como si fueran compadres.
De ahí su conocimiento de las sombras y sus detalles.
Su filosofar se distingue por su capacidad para desarrollar y aclarar la experiencia que le han dado veinte años de bregar por las aulas educativas.
Ante el cuerpo moribundo de una educación sin sentido, JCPozo responderá con una vocación de comadrona, ante lo que no se puede decir, porque está en boca de todos, responderá con las voces plurales de sus alumnos.
Ellos lo saben: quién no conquista sus infiernos, termina perdiéndose el paraíso.
¿El pensar poético puede ser, como lo afirmaban los sabios nahuas, una gruesa tea que da luz y no ahúma?
El olvidado asombro da respuesta a ello.
Porque el hombre es verdadero si su canto lo es.
Este canto es verdadero. Lo es.
Hay en él preocupación y cansancio, desaliento y nostalgia, las huellas oscilantes del arduo y fatigoso arte del filosofar y cantar, pero también encontramos alegría, esperanza, la visión del vencedor y el amor de los vencidos, visión y amor que reverdecen al son de los cantos.
No es una historia de amor. Pero tal vez sí.
Porque es, ante todo, la presencia y prestancia de un hombre enamorado, enamorado de su memorias escolares, enamorado de quien las hecho posible.