Mientras el fenómeno del freestyle (o rap improvisado) se expandía a una velocidad trepidante por todos los parques del país, Bruno Pol Feliu García (más conocido como Kapo 013) era un chico raro, regordete y cargado de inseguridades que pronto encontró en el universo raperil de las batallas callejeras un primer espacio de confort en el que sentirse parte de un movimiento. Hoy ese movimiento es una potente industria, la pasión de millones de hispanohablantes en todo el mundo que, más allá de las guerras dialécticas que se libran sobre el escenario, ha logrado erigirse como un arte cargado de amor. Un amor que a ojos de Bruno —que, a sus 30 años, puede considerarse uno de los testigos y narradores más excepcionales de la escena— poco tiene que ver con el afecto o el contacto físico, sino con compartir tiempo y lugar en explosiones de apasionada energía junto con otras personas. Y es que, aunque pueda parecer lo contrario, el freestyle va de eso, de servir como vehículo del amor, por mucho que también fabrique miedo, este lleve al odio y, por ende, al dolor. Porque, si algo queda claro después de leer este emotivo testimonio sobre la revolución del rap de estilo libre, es que amor y dolor riman siempre.
«Lo contrario del miedo no es la valentía, es el amor. Y de eso voy sobrado, en parte, gracias al freestyle y a todo lo que me ha dado», Kapo 013.