La venida del francés provocará toda una sacudida en aquella ciudad trasnochada que avanza al ritmo de sus costumbres y tradiciones, todas ellas inviolables; algo que Henri desconoce y quebrantará en más de una ocasión, aunque siempre movido por su buena fe. Enseguida se le acusa de haber traído el contagio de Francia. Comienza a sufrir acoso por las calles. Genoveva Merchán, una acaudalada terrateniente, mujer libre y adelantada a su época, se convertirá en su protectora, refugiándolo en Valfresneda, la dehesa que posee su familia.
Pese a la protección de la dueña, el teniente sufre un rechazo inesperado por parte de los jornaleros y ha de volver a la ciudad. Su situación se enmaraña y termina por comprender que su vida corre peligro. Solo la audacia y la energía de Genoveva, junto con los medios de don Adolfo Pisón, un fabricante y exportador de harinas, posibilitarán la puesta a salvo de Volpatte.
En esta novela, la segunda y muy esperada del autor, un lenguaje rico, abrupto y muy expresivo impulsa un ritmo que por trechos deja al lector sin aliento. Pero quizás lo más relevante de la obra sean la ternura y la humanidad, a veces también la mordacidad, con la que se nos presentan el dolor, la superstición y la desolación de aquella pobre gente. Desgraciadamente la pandemia actual otorga plena vigencia a la sinrazón vivida por Volpatte hace un siglo durante la gripe española de 1918, en una minúscula ciudad duramente castigada.